lunes, 31 de mayo de 2010

Álvaro Arribas

LA PELEA

Todo empezó al acabar los exámenes. Mis amigos y yo estábamos el viernes por la tarde en casa de mi mejor amigo, Lucas. Planeábamos cómo celebrar el final de los exámenes. Unos propusieron tomar algo, en algún sitio cerca. Otros, irnos de fiesta hasta la madrugada. Al final, hicimos las dos cosas. Primero bebimos y después salimos.

Mi historia comienza ahí. Estábamos en un local al que solía ir mucha gente a emborracharse. Igual que en nuestro colegio, muchos otros habían acabado los exámenes y también habían salido a celebrarlo.

Alrededor de la una de la madrugada, estábamos mis amigos y yo fuera del local cuando oímos gritos. Venían de otro grupo de jóvenes.

-¡Eh!, vosotros –dijo uno.

-¿Qué pasa? –contestó mi amigo Lucas.

-Aquí no podéis estar. Es nuestra zona. Tenéis 10 minutos para largaros, o ateneos a las consecuencias.

Mis amigos y yo pensamos que ese chaval estaba loco. Decidimos no hacerle caso.

Fue un error fatal…

A los 10 minutos una banda de tipos con pasamontañas y pañuelos que cubrían su rostro se acercaron hacia nosotros, con bates de béisbol en la mano, puños americanos, cuchillos, navajas y armas blancas.

Nosotros, asustados, comenzamos a correr, sin saber a dónde íbamos. Tras unos minutos de persecución les perdimos de vista. Eran unos 19. Nosotros solo 9, y sin nada con que defendernos.

–Álvaro, ¿crees que les habremos perdido? –me preguntó uno de mis amigos.

–No lo sé, sinceramente, pero me andaría con cuidado, porque no estamos seguros –respondí yo.

-¡Ahí están! –escuchamos de repente.

Nos habían encontrado y nos pillaron a todos por sorpresa. Solo nos quedaba rezar. Les vimos llegar corriendo hacia nosotros, con ganas de hacer daño, de pegarnos, de golpearnos. Nos defendimos como pudimos, pero era obvio que íbamos a recibir. Empezaron las bofetadas. Uno de los nuestros estaba tirado en el suelo, le golpeaban con el bate, le daban patadas; otro, tras los golpes, yo no podía ni moverse.

Recuerdo que a mi me agarraron del pelo, me dieron con la boca en el bordillo …

Un mes después llevo una dentadura postiza, la policía busca todavía a los agresores y todos nosotros nos hemos llevado una manta de palos sin razón alguna…

FIN

José María Arvilla

Con la escopeta en el sobaco

Era un día muy especial. Era sábado. Todos estaban sentados a una gran mesa. Desayunaban. Los comensales relataban historias sobre caza. Manuel estaba callado. Pensaba. Había llegado el sorteo de puestos.

-Manuel –llamó el presidente.

Éste se levantó y sacó un sobre del bolsillo.

-Aquí está el dinero de esta montería y de la pasada.

-Muy bien, te apunto como que está pagado.

-Gracias.

-Saca un puesto.

-El 15, en la ribera del río.

Manuel se sentó de nuevo. Terminaron de repartir los puestos. Cada uno se dirigió a su todoterreno. Los coches arrancaron.

Juan se acercó a Manu

-Manu, tú me sigues ¿vale? –le dijo.

-Vale, Juan, te sigo, pero ¿cuál es tu coche?

-Es el Land Rover verde.

-Muy bien, te sigo.

Llegaron al puesto. Manu dejó el macuto. Se dispuso a cargar el rifle. Un rifle 30-06 Winchester. Metió la munición y esperó. Pasaron 2 horas. No vio nada. Oyó crujidos, unas ramas partiéndose. Se giró. Esperó. Al tanto salió un cochino. Era grande. Manuel se puso nervioso, levantó el rifle hasta el hombro y lo encaró. El pulso le temblaba. Pero respiró hondo y aguantó. Aguantó la respiración y disparó. Erró el tiro. Volvió a encarar. Disparó de nuevo. El cochino cayó, pero se volvió a levantar. El tiro había sido bajo. El animal siguió andando. Manu volvió a disparar. Cayó de nuevo y ahora sí que el cochino se moría. La respiración se le apagaba. Y expiró.

David Bensted

Me desperté

Me desperté. Escuché pasos. Me puse en pie. Rápidamente. Sin pensar. Me puse el albornoz. ¿Quién podría ser y a estas horas?. Eran las cuatro y media de la madrugada.

–¿Quién anda ahí? –dije con falsa seguridad en la voz.

–¿Aún no sabes quién soy? –dijo aquel hombre misterioso.

Asustado. Perplejo. No sé cómo describir aquella sensación. Notaba como se acercaba. Lentamente. Muy leeeeeeentamente. Crujía el suelo a cada paso de aquel desconocido. Dejaron de oírse los crujidos. Notaba su presencia. Al otro lado de la puerta del dormitorio. Aguanté la respiración.

-¿Por qué te escondes? No voy a hacerte nada –dijo el extraño hombre, con un tono de voz digno de un perturbado.

La voz le temblaba. Se atragantaba al pronunciar las palabras. Se abrió la puerta. Aún a oscuras, podía distinguir la figura anoréxica y su voluminosa joroba. Movió la mirada. Arriba. Abajo. La fijó en mí. Me quedé paralizado. Sin saber qué hacer. Se dirigió rápidamente hacia donde yo estaba. Encendí la luz. Aprecié su rostro desfigurado.

–¿Qué quieres y quién eres? –dije contundentemente.

-Soy Rafael García Jiménez. ¿Me recuerdas?

–No, creo que te equivocas.

Fuuuuuuuuuus, suspiró.

–Voy a llamar a la policía.

-¡No!, ayúdame.

–¡Vete de aquí! ¡Ya! –exclamé, con rabia.

Comencé a temblar. A ponerme más y más nervioso. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Eran de rabia. Mi vida no había sido fácil y menos para que llegara un perturbado a mi casa a las cuatro de la madrugada.

Me abalancé sobre él. No era yo, era mi ira. Comencé a golpearle. Suplicó clemencia. Pero no. No se la di. No podía controlarme. Me movía violentamente. Le tiré al suelo. Movió su brazo hacia su pierna. Sacó un cuchillo. Me lo clavó en el pecho. Noté como entraba en mi cuerpo. Lentamente. Bajó. Giró a la derecha. A la izquierda. Me desplomé.

¡Riiiing!

Sonaba el despertador. Me desperté. Las 7 de la mañana. Todo había sido un sueño. Sentía un escozor en el pecho. Me quité la camiseta. Aquella cruz, producto de una puñalada durante una pesadilla, estaba marcada en mi pecho como una quemadura.

¡Riiiiiiing!

Volvió a sonar el despertador. Me desperté en una habitación con el olor característico de un hospital.

–Buenos días –dijo una mujer vestida blanco.

–¿Dónde estoy? –contesté angustiado.

–Bienvenido al cielo, hijo.

Parece que aquel hombre desfigurado sobre el que me lancé violentamente venía a buscarme.

Era la muerte.

Guillermo Comenge Valencia

El bosque

En el norte de España, en los Pirineos, hay un valle oculto entre las montañas, el Valle de Arán. Destaca por su vida animal y vegetal. En un pueblo, Artíes, vive una familia, la madre, el padre y un hijo. Se dedican a la caza. El padre caza con el hijo, y la madre se encarga de vender la piel y la carne.

Una tarde de diciembre, en lo más alto de la montaña, padre e hijo recechan a un corzo. Llevan siguiéndole horas y creen que es un buen trofeo, a juzgar por sus huellas. Cada vez hace más y más frió y la noche se acerca lentamente. Por fin, tienen el corzo a tiro. El padre deja tirar al niño, todavía inexperto. Tira y falla. El padre se enfada y decide seguir pisteando la pieza. Es un animal excepcional. El niño, enfadado consigo mismo, se queda en el lugar.

La noche gana terreno y el padre todavía no ha vuelto. Ya casi a oscuras el hijo oye dos disparos seguidos. Cree que por fin habrá matado al corzo. Se adentra rápidamente en el bosque, para ayudar a su padre a llevar la pieza abatida. Y sin darse cuenta, de pronto, se encuentra en mitad de la espesura completamente a oscuras.

El niño atemorizado grita:

-¡Papá! ¡¿Me oyes?! -No responde nadie.

Un rugido en el bosque le asusta. Reza para que no le pase nada. Los rugidos se escuchan más cerca. Finalmente el niño oye un crujir de ramas, no ve nada y está aterrorizado. Un temible oso pardo aparece entre la maleza, él puede ver el brillo de dos pequeños ojos; pero en lugar de atacarle, el oso se detiene.

El niño, muy sorprendido, se queda petrificado. El oso se acerca. No se sabe por qué, pero el animal muestra síntomas cariñosos. El niño cae desmayado ante sus pies. El oso se cierne sobre él y le acurruca, como una gallina a un huevo.

Mientras, el padre, creyendo que el niño había vuelto a casa, regresa también al pueblo. Al llegar pregunta a su mujer.

-¿Dónde está el niño?

Ella contesta:

-¿No está contigo?

-¡Creí que había vuelto!

El padre, muy asustado, regresa al bosque. Pero es tal su prisa, que en el camino tropieza con una piedra y cae al suelo inconsciente. Horas después se levanta, confuso, y se adentra rápidamente en el bosque. Está a punto de amanecer. De repente se encuentra con un zapato del niño y teme por su vida. Más adelante oye ruido. Se encuentra con el oso y, entre sus brazos, a su hijo. Éste despierta y corre hacia su padre.

-¡Papá! ¿Dónde has estado?

El padre contesta:

-Hijo mío, no me di cuenta que te habías adentrado en el bosque, lo siento.

Con cara feliz, el niño responde:

-No importa, papi, este amable oso ha cuidado de mi toda la noche.

El oso les mira y se va. Ha ayudado a una pobre criatura a sobrevivir una noche entera en la montaña.

El padre da gracias al bosque por haberle devuelto a su hijo, y es que la naturaleza no es nuestra enemiga.

Íñigo de Diego

Un héroe nacional

Tras una crisis mundial, Estados Unidos conquistó el mundo. Y convirtió Europa en unas colonias. Se aprovechó de ella.

Había un irlandés, de nombre Rayan, pelirrojo, fuerte, astusto, pero nadie creía en su visión de rebelarse contra los Americanos.

Lo a

Americanos descubrieron sus ideas revolucionarias, él tuvo que huír hacia Irlanda del Norte.

Los estadounidenses le seguían en coches.

Él iba en una Harley Davison, esquivándolos. Disparos por las carreteras y gritos y lloros. Le seguían dos patrullas. Parecía el fin para el revolucionario Rayan, cuando unos disparos de fusiles Ak-47 acabaron con los Americanos.

Ryan flipó y vio que era el Ira. Habían sobrevivido unos 30. Y Ryan expuso sus ideas al numero uno de la banda, de nombre Kevin.

Rayan:

!Ey¡ amigo -

Kevin:

Aléjate, si no quieres morir.

Rayan:

Espera, podriamos acabar con esto.

Kevin:

–¿Cómo? ¿Luchando contra el Imperio de la historia?

Rayan:

Uniendo a todas las bandas terroristas.

A Kevin le convenció la idea. Cogió a Rayan y se lo llevó en furgoneta, con los treinta, rumbo a Inglaterra y dijo:

Veamos a unos amigos y a ver qué dicen, chico.

Rayan:

Estupendo, ¿como pasaremos la frontera?

Kevin:

Con esto -enseñando pasaportes americanos.

Llegaron al control y la tensión se cortaba.

Guardias Americanos:

Documentación

Kevin eseñó los pasaportes.

Guardias Americanos:

¿A qué han venido, señores?

Kevin:

Turismo –pero con el revolver cargado, por si había que disparar.

Guardias Americanos:

Adelante.

Kevin suspiró y se marcharon.

Pero no era Inglaterra, sino España. De hecho, estaban en el País Vasco, concretamente Donostia.

Rayan:

¿¡Qué hacemos aquí ????

Kevin:

ETA, si nos ayudan, estoy seguro de que los franceses de las OAS nos ayudarán y entonces los rusos se animarán también.

Entraron en el cuartel secreto de la ETA, pero los etarras, armados con escopetas, les gritaron: “!!! Fuera !!!!!!!”

Kevin:

Vengo a hablar con Paxti.

El etarra que los recibió, sorprendido, mandó que le llamaran. Patxi bajó blasfemando en vasco. Pero sorprendido gritó: “¡¡¡¡¡Kevinnnnnnnn!!!!!!! , perro viejo. ¿qué tal?, ya no vienes a por pinchos… ¿que tal De Juana?"

Kevin:

Me alegro de verte Patxi. De Juana, bien. Pero el motivo de mi visita no son los pinchos. Es para acabar con los yankees.

Patxi dijo:

–¿Sí? ¿En serio? Jajajajajaajaj. Llamaré a mis amigos franceses y que ellos llamen a los rusos

BUMMMMMMMMMMM-BAMG. Bombas en Estados Unidos y un telegrama a las autoridades: “Salid de Europa u os freiremos vivos".

Respondió USA que se citaban en el Sahara y empezó la batalla.

El sueño de Rayan era liberar a Europa.

Cogió un bazoca y mató a toda la primera línea.

Patxi sorprendió con los explosivos y acabó con los aviones.

Kevin, como buen irlandés, peleó con escopeta y güisqui.

Estados Unidos se relajó. Eran solo 500 y mal armados y terminaron cayendo. Estados Unidos cedió y devolvió la libertad a Europa… pero acabaron con los terroristas y nadie reconoció después a los héroes del Viejo Continente.

Rayan sobrevivió y se convirtió en presidente del Estado Irlandés y logró el sueño de Kevin: la unión de irlanda

Y se convirtió en un héroe nacional.

Nacho Dusmet

Un robo imposible

Me llamo Jack. Jack Johnson. Trabajo en la comisaría de Illinois, en la sección de altos robos. Estudié criminología en la Universidad de Harvard. Lo sabía todo.

Un día, al salir de la oficina, llamé a un taxi. Paró y le indique la dirección de mi casa. Mientras leía el periódico en el taxi, me di cuenta de que iba en dirección contraria. Me di cuenta a la media hora.

Le dije:

–¿Qué está haciendo? ¿A dónde vamos?

–Tranquilícese y relájese –me contestó el taxista, él si muy tranquilo.

–Pero… ¿pero es usted “tonto”! Dé la vuelta, ahora mismo –le respondí gritando y nervioso.

No me hizo caso y siguió. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada. Miré por las ventanas. Estaba en ello, cuando de repente paró el coche, se abrieron las dos puertas y entraron dos hombres, uno por cada lado, a mí me dejaron en el centro. Llevaban chaqueta y corbata. Tenían pinta de mafiosos. Cuando volvimos a paramos, me bajaron del automóvil a empellones y me metieron en una fábrica abandonada. Me ataron a una silla y empezaron a leer en unos informes mi vida y mi carrera profesional completa. Sabían quién era yo. Pero yo no sabía quiénes eran ellos. Jugaban con ventaja.

Uno de ellos empezó a buscar en la mesa más cercana un papel y tiró al suelo la mitad de las cosas que había encima, hasta que lo encontró. Me lo ensañaron. Era la exposición de las joyas de la Corona de Inglaterra, que se celebraba en la ciudad durante esos días.

Y me dijeron:

–Queremos robarlas, pero no sabemos cómo.

–Y ¿qué? –contesté, con tono desagradable.

–Tú eres la persona que más sabe. Podríamos llegar a un acuerdo. Te podríamos dar el 5% y que tu nombre no aparezca, si sale mal –me contestó otro.

–50%, quiero la mitad –repliqué rápidamente.

–10% –me corrigió.

Empezamos a regatear y quedamos en un 30%, y billetes de avión para Cuba. Para desaparecer. No por otra cosa.

Y empecé a investigar. Las joyas se exponían en el “Museo Nacional de Joyas”. Aquel lugar contaba con los últimos y más sofisticados medios de seguridad. Era imposible robarlas. La única forma de conseguirlo era antes de que llegasen a su destino.

Conseguí la información que necesitaba. En teoría las iban a transportar en un furgón bien protegido, pero era solo un señuelo. Las joyas verdaderas iban a ir en un tren, custodiadas por tres agentes de la CIA, que salía desde Washington D.C.

Subimos al tren tres estaciones antes del destino de las joyas. Conseguimos cuatro asientos, tres de mesas y uno detrás de las joyas. Llevamos una mochila igual que la de las joyas. Simulamos una pelea, con el objetivo de poder hacer el cambiazo sin que se diesen cuenta. La excusa para la pelea era la rivalidad entre los dos equipos de fútbol americano más populares de Estados Unidos.

Los tres agentes de la CIA se levantaron para separarnos y aproveché la ocasión para dar el cambiazo. Nos bajamos en la siguiente estación, todos menos dos, para que no sospechasen.

Cogí mi avión y mis siete millones de $ rumbo hacia Cuba. A las dos semanas, en los periódicos se leían los titulares de “Fuertes tensiones entre Estados Unidos y Gran Bretaña a causa del robo de las joyas de la corona”.

Nada más leerlo, le di un codazo al que me había contratado y nos fumamos un puro en honor de la Reina.

Íñigo Gardeazábal

Vamos a ganar, porque somos españoles

Estamos en el autobús, camino de Sudáfrica. El entrenador agarra el micro y se dispone a motivarnos:

Hay un largo camino. Es mayor lo recorrido. Somos veintitrés hombres y vamos a hacer historia. Comenzamos contra Chile, Honduras y Suiza. Fácil, a primera vista. Tras un silencio expectante, continúa: Recordad la victoria frente Alemania. Hace dos años. Y hoy, como entonces, haremos historia. Hoy nos recordaran. Vamos a ganar. Hoy triunfaremos. Comenzamos un camino que acaba en la final. Porque somos ganadores. Porque queremos. Y porque podemos.

Hoy nos levantamos. Recordamos nuestra historia. Dos años desde entonces. Forjamos nuestro destino.

Primero cayó Suecia comenta Sergio, conseguimos remontar el gol de Ibraimovic. Gracias a ti dice, mientras mira a Villa.

Fue impresionante. La fuerza de 23 jugadores, en uno solo, que luchó implacablemente. Junto a Torres. Como un solo puñal.

Pasamos sobre Grecia sin problemas. Igual que con Rusia.

Tras la fase de grupos, luchamos contra un titán, el campeón del mundo. La gran Italia. Pero tocaba el relevo. Empate al final de la prorroga. En los penaltis, con Casillas, vencimos. Los italianos cayeron derrotados. Cesc en el quinto penalti. Superó la presión. Y no perdonó.

La semifinal la recuerda Villa con nostalgia. Idealizó a Torres, que no fallo.

Tras mi lesión, tú no me fallaste. Y gracias a ti conseguimos ganar. Nunca nos has fallado.

Jugaremos la final contra los gigantes alemanes. Los locos bajitos nos llaman. Nos ganamos el nombre. Pero seguiremos luchando por nuestro sueño. Nadie lo dice, pero todos lo recordábamos, hasta que Reina interrumpe. Nos enseña el video del resumen del partido.

Luchamos sin parar.

Hasta el minuto 63.

Pase en profundidad de Xavi.

Torres, en una potente carrera. Quemando el campo. Definió perfectamente.

Toda España estaba en esa carrera. Dándole fuerza en cada paso. El seguía sin fallarnos.

Y con el pitido final, España salta de alegría.

Millones de gargantas se unen como una sola.

Una nación como una familia.

Gracias a 23 héroes.

En el vestuario, antes de salir al campo, el mister nos dedica unas palabras. Nunca se me olvidaran.

Decía:

Hoy, como entonces, nos enfrentamos a nuestro propio destino. Esta vez no somos solo 23, si no cuarenta millones de personas. Que unidos, apoyándonos, pasaremos sobre cada selección, triunfando, alcanzando la gloria. Lucharemos como uno. Somos uno. Somos uno. Lucharemos cada zancada. Ganaremos con cada gota derramada de nuestra frente. Y podríamos llenar un embalse. Hoy vamos a ganar, porque somos españoles.