Entre la maleza podían vislumbrarse las tres lunas que llegaban a su altura culminante esa noche. Se situaban ya en mitad del cielo de la marisma. Y una tenue luz iluminaba el claro.
Yo, Seon, estaba apostado tras el tronco de un extraño árbol, esperando…
Apareció él, Caternum, un tauren del tamaño de un elefante. Venía buscando pelea.
Yo era un elfo de la noche, guerrero del cuarto batallón del príncipe de Teldrassil. Pertenecía a las tropas de la Alianza. En el corazón de la batalla del valle de Alterac, un no-muerto, un mago, me dio un mal destino y tuve que desertar. Y en mi huída topé con este inoportuno Tauren.
Guerrero como yo, cruzamos aceros y, tras un duro combate me, hirió; pero logré escapar, después de cargar contra su pecho…
Todavía veo la cicatriz.
Caternum había acabado con una inocente criatura de la marisma, yo le observaba pacientemente, a la espera de saltar a por él. Yo estaba de camino a la Ciudad de Ventormenta y todavía me quedaba un largo recorrido. Debía cruzar el portal del rey Ilidan y las tierras baldías, antes de arribar a la tierra oscura y adentrarme en el reino. ¿Qué mejor forma de presentarme que con la medalla de un gran mariscal de campo del ejército de la horda?
Estaba seguro, podía con él. Era un enemigo difícil, pero si lograba vencerle, tendría mi puesto asegurado en las filas aliadas.
Desenvaine a Barok y a Zulahe, mis dos fieles acompañantes, mis dos espadas. Con ellas había dado muerte a innumerables enemigos, sin duda de los más respetados.
Yo era un gran soldado, de muy alto rango y respetado. Mis dos espadas brillaron con ansias de sangre enemiga.
En un instante salté convencido al claro. Velozmente Caternum se dio la vuelta.
¿Se acordaría de mi? Seguro, los tauren nunca olvidan a sus enemigos.
Me examinó y desenvainó a su vez su grandiosa espada. Antes de hablar comprobó que no había nadie más allí. El muy iluso se creía muy superior.
Me miró a los ojos…
-¡Vaya, vaya!, ¿qué tenemos aquí? -dijo con tono despectivo-, un perdido elfo en tierras de conflicto… No es muy seguro andar solo por aquí.
-Este territorio ya no pertenece a la horda. O ¿no recuerdas que aquí es donde nos vimos las caras por primera vez? -dije confiado.
-Claro que lo recuerdo…-respondió.
-Pues entonces… ya sabes por qué me he descubierto -dije incitándole a luchar.
-¡Vamos a ello! –respondió ansioso.
Cargué contra él. Tras el primer golpe, quedó aturdido unos instantes… Pero rápidamente reaccionó, como era de esperar. Me asestó un mandoble en el pecho. Lo paré poniendo mucho de mi parte. Rápidamente se dio la vuelta como un felino y me barrió…
Yo estaba en el suelo. No podía creérmelo. Ya me había derrotado. O eso parecía cuando quiso dejar clara su superioridad humillándome. No me mataba. Quería que mi final fuese lento.
Zulahe emitió un bramido, que solo yo, su amó, escuché. Ella sola, tendida a tres metros de mí, volvió a mi mano por impulso arcano proveniente de la marisma. Lo mismo hizo Barok…
Mis dos pequeñas…
Parecía como si el propio aura de la marisma me pidiese que ejecutara a aquel gigante, que unos instantes antes quería deleitarse con mi muerte. Era evidente que había hecho mucho mal en esa zona.
Caternum estaba inclinado sobre lo que ya consideraba mi cadáver. Sin mucho esfuerzo hundí a Zulahe y a Barok en su pecho.
Comenzó a brotar sangre.
Le miré despectivamente y le dije:
-¿Unas últimas palabras?
-Si, algún luchador de la causa se deshará de ti -respondió agonizante.
-Algunas veces el ansia de pisar y humillar te juega malas pasadas, tauren –le respondí con aire didáctico.
Me miró con ira. Agonizó y escupió un gran y último chorro de sangre y murió.
Me incliné sobre él, le quité su medalla de guerra y musité:
-Are mikhänis sütilins âeröwinà rï sùlituraën -(Descansa viejo enemigo, porque como yo tienes tus razones).
Reemprendí mi camino. Tres meses y once días fueron los que estuve viajando. Tres meses y once días fue el tiempo que me separó de la gloria.
Llegué a Ventormenta, expliqué las causas de mi deserción, fui nuevamente aceptado y recibido con todos los honores de un buen soldado.
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