Nueve y cuarto de la mañana. Estás cansado. Dormido. Es un lunes más. Toca clase de Lengua. Pero hoy no hay show. David se levanta a recoger los escritos. Siempre le toca a él. Es el encargado. El parte empieza a tener actividad.
Don Miguel multiplica por tres la cantidad de minutos. Le encanta. Llevamos ya 30 minutos y aún seguimos copiando frases. Llevamos ya 150. Entonces uno levanta la mano y pregunta:
–Don Miguel, ¿ese “me” no es un complemento indirecto?
El profesor le responde con seguridad:
–No te líes tío, tú apréndete esto y sacarás un 10.
Acaba la clase. Tenemos una lista de palabras imposibles. Todo por culpa de “La Mortaja”, un cuento que don Miguel nos obliga a leer.
Llega el estudio. Deberes de Historia. Se ha pasado. No da tiempo en todo el fin de semana; que termina y tú aún no has acabado.
Ciencias para el mundo contemporáneo: CMC. Tres compañeros salen a la tarima a exponer. Lo normal, que te duermas. Muchas horas de sueño perdidas el fin de semana. Por detrás oyes el run-run de otros tres. Dicen algo sobre enfermedades. Pasas y sigues a tu rollo.
Por fin llega el momento. El esperado por todos. El descanso, comúnmente llamado “recreo”. Solo se oyen gritos. Los balones se te cruzan en el camino. Los profesores, mientras, desayunan. No pierden el tiempo. ¡Ellos sí que saben!
Algunos aprovechan y salen fuera del recinto. Necesitan fumar. Demasiado adolescente suelto.
Ha llegado la hora… Historia. Don José Manuel tarda en aparecer. Le vemos por la ventana. Aún así, ha puesto cuatro ceros por retrasos. Llega y abre el libro. Comienza a leer. Pasan los minutos. Entonces, el compañero de al lado se atreve a preguntar.
–Oiga. ¿Tiene los exámenes?
–Sigo –responde.
El chaval se queda hablando por lo bajo. Don José Manuel le dice unas palabritas. Le molesta mucho. No quiere ese tipo de preguntas. Han pasado 40 minutos. Se ha leído un tema. Entero.
Termina la clase. El profesor se va. Como de costumbre, no pide nada. Unos resúmenes más para la carpeta.
Matemáticas. Primero, comentario sobre fútbol. Costumbre de Don Enrique. A continuación, pide por favor que cerremos las cortinas. Nos lo repite cada día. Ya es rutina. Empieza a dictar. Sin darnos cuenta nos ha dado temario suficiente. Próximamente habrá una prueba. Finaliza dictando unos ejercicios. En torno a cinco.
Toca inglés. Se nota. Todos están en el pasillo. Don José Manuel Rodríguez tiene el grupo medio. Es una clase amena. A veces se hace pesada. No es habitual. Todo transcurre con normalidad. Quedan 10 minutos para terminar. Don Juan Pablo ya ha soltado las fieras. Chori tiene la cara pegada al cristal. Algún día se cansará.
Comida. Apenas 50 minutos de relax. Algunos deben pensar que se va a acabar antes de que ellos lleguen. Corren a empujones por los pasillos. Todo por llegar el primero a la fila.
El estómago lleno. Alguno que otro vacío. No hay hambre. Llega él, don Rafa. Un hombre con carácter cambiante. ¿Contento? ¿Enfadado? Nunca se sabe. Hay una cosa que nunca le falta. La gracia. Aunque a veces le sobra. Se ríe sólo. Lo normal es que alguien siempre pregunte qué plan hay. Aunque siempre se sabe. Correr.
–Don Rafa, ¿qué vamos a hacer hoy? –pregunta uno por el fondo.
–Deporte –contesta.
No, no se ríe nadie. Él aun así es feliz. Le da igual.
Luego nos toca dar 10 vueltas al recinto del colegio. Si todo va bien, fútbol o baloncesto. Ya hemos acabado.
–Todos a la ducha. Es obligatorio ducharse –grita desde la puerta apuntando en su lista.
Ya está. Un día más que ha sido superado.
Sólo quedan 4.
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