La compañía
Quiere matarle. Llega el fin. El esperado. El que todos esperaban. La compañía se hunde. Desaparece. Con uno solo, un disparo. Es necesario. Lo tiene que hacer. Pocos segundos. No puede hacerlo. Su hermano detrás.
Fuera, en la calle, el ejército. Les ofrecen dinero. No aceptan. Quieren ver a la compañía hundirse. Pero, ahora están atrapados.
El general ofrece dinero. Insiste. Sonríe. Sabe que no va a morir. Sabe que les tiene acorralados. Al otro lado de la sala está salvado.
Scofield piensa. Su hermano con la pistola apunta al general. Scofield recibe una llamada. La llamada. Todo arreglado.
–¿Si? – contesta Scofield.
–La tengo –responden al teléfono.
–Ponla al teléfono –dice Scofield, mientras conecta el manos libres.
–¿Hola? – se oye por el aparato.
–¡No! – exclama el general – Es mi hija, ¡soltadla!
–No sin que antes hayamos salido de aquí, contigo – añade el hermano de Scofield.
Todo cambia.
Ahora los buenos tienen el poder.
El general se enfurece. Se pone nervioso. Manda bajar las armas. Salen del despacho. Su hija está en peligro. No se arriesga. Se ve su angustia en la cara. El miedo en sus piernas temblorosas. La impotencia. Cogen un coche. Liberan al general. El general llama a su hija. Está bien.
Todo va según lo previsto. En unas horas, millonarios y en el Caribe.
Todo se acaba. La compañía se derrumba trocito a trocito. El general ordena matarles, localizar el objeto robado y llevárselo. Rápido. No tiene tiempo.
Los buenos ganan. Se siente el final, se respira victoria.
Lo que no saben es que no. Que todo esto no ha hecho mas que empezar.
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