Me desperté
Me desperté. Escuché pasos. Me puse en pie. Rápidamente. Sin pensar. Me puse el albornoz. ¿Quién podría ser y a estas horas?. Eran las cuatro y media de la madrugada.
–¿Quién anda ahí? –dije con falsa seguridad en la voz.
–¿Aún no sabes quién soy? –dijo aquel hombre misterioso.
Asustado. Perplejo. No sé cómo describir aquella sensación. Notaba como se acercaba. Lentamente. Muy leeeeeeentamente. Crujía el suelo a cada paso de aquel desconocido. Dejaron de oírse los crujidos. Notaba su presencia. Al otro lado de la puerta del dormitorio. Aguanté la respiración.
-¿Por qué te escondes? No voy a hacerte nada –dijo el extraño hombre, con un tono de voz digno de un perturbado.
La voz le temblaba. Se atragantaba al pronunciar las palabras. Se abrió la puerta. Aún a oscuras, podía distinguir la figura anoréxica y su voluminosa joroba. Movió la mirada. Arriba. Abajo. La fijó en mí. Me quedé paralizado. Sin saber qué hacer. Se dirigió rápidamente hacia donde yo estaba. Encendí la luz. Aprecié su rostro desfigurado.
–¿Qué quieres y quién eres? –dije contundentemente.
-Soy Rafael García Jiménez. ¿Me recuerdas?
–No, creo que te equivocas.
Fuuuuuuuuuus, suspiró.
–Voy a llamar a la policía.
-¡No!, ayúdame.
–¡Vete de aquí! ¡Ya! –exclamé, con rabia.
Comencé a temblar. A ponerme más y más nervioso. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Eran de rabia. Mi vida no había sido fácil y menos para que llegara un perturbado a mi casa a las cuatro de la madrugada.
Me abalancé sobre él. No era yo, era mi ira. Comencé a golpearle. Suplicó clemencia. Pero no. No se la di. No podía controlarme. Me movía violentamente. Le tiré al suelo. Movió su brazo hacia su pierna. Sacó un cuchillo. Me lo clavó en el pecho. Noté como entraba en mi cuerpo. Lentamente. Bajó. Giró a la derecha. A la izquierda. Me desplomé.
¡Riiiing!
Sonaba el despertador. Me desperté. Las 7 de la mañana. Todo había sido un sueño. Sentía un escozor en el pecho. Me quité la camiseta. Aquella cruz, producto de una puñalada durante una pesadilla, estaba marcada en mi pecho como una quemadura.
¡Riiiiiiing!
Volvió a sonar el despertador. Me desperté en una habitación con el olor característico de un hospital.
–Buenos días –dijo una mujer vestida blanco.
–¿Dónde estoy? –contesté angustiado.
–Bienvenido al cielo, hijo.
Parece que aquel hombre desfigurado sobre el que me lancé violentamente venía a buscarme.
Era la muerte.
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